sábado, 27 de septiembre de 2014



Javier Gutiérrez, ¡qué grande eres!

Ese regalo actoral de " La isla mínima" es impagable


No me cansaré nunca de decirlo: le quiero y le admiro. Es un amigo que siempre está ahí. Y que me regala de continuo fascinantes viajes a través de sus variados personajes. Muchos lo han conocido a través de su personaje en "Águila Roja", ese medio tontorrón ( y digo medio, porque esconde más astucia que miedo) de Satur. 

Pero Javier Gutiérrez es mucho más. Como actor ha conseguido borrar mi memoria. He ido a verle al teatro en montajes de lo más diferentes y ha conseguido que me olvide de que le conozco y que le mire como el personaje que me dibuja sobre el escenario. No todos los espectáculos en los que le he disfrutado eran estupendos. Algunos, ni siquiera buenos más que en sus intenciones (y lo agradezco). Pero Javier Gutiérrez no sólo se salvaba...lucía. Sin hacer sombra a los compañeros, sin ir por libre, "remando" con ellos. Pero lucía. Javier aparece en un escenario y lo ilumina todo. Tiene ese don.

Quizá eso tenga que ver con su personalidad, divertida y generosa. Porque Javier es de los que lo da todo en la vida y en el trabajo. Y, claro, cada vez que sales de disfrutar su arte en algún sitio tienes ganas de correr a llamarle por ponerle tanta ilusión a su empeño como a tu vida.

Anoche fui a ver "La isla mínima". Ya me habían hablado de la película y de su trabajo. Los amigos que tengo en el festival de Donosti me loaban su papel. Pero hay que verlo. Hay que verle trabajar como una filigrana ese papel cargado de vericuetos que asume en la película. Hay que observar su mirada, que lo dice todo de un plumazo. Su cuerpo, que te narra lo que le va ocurriendo. O cuando gira la cabeza. Detalles, quizás tonterías. Pero te hablan de él y de cómo sabe hacer de cada uno de sus papeles un trabajo artesanal e impecable.

Hoy sabremos quienes son los ganadores de las respectivas Conchas de Plata de ese Festival de Cine de San Sebastián en el que he trabajado en varias ediciones. No sé lo que piensa el jurado, no los conozco. Ni siquiera estoy allí como me hubiera gustado. Sólo se´, sin ver el resto de películas, que es imposible que haya un actor de la talla de Javier Gutiérrez en ninguna de ellas. Así que, desde aquí, no sólo le deseo lo mejor para esta noche si no que le hago saber que para mí es el ganador absoluto pase lo que pase. Y le vuelvo a dar las gracias por regalarme de nuevo un maravilloso viaje a otro lugar del que he vuelto cargada de lágrimas y de orgullo. Va por tí. Pase lo que pase esta noche.



jueves, 25 de septiembre de 2014

"La gente", ese juego maravilloso y crítico que es el teatro

El juego del teatro, ¡qué invento!

"La gente". ¿Se la va a perder alguien?

He dejado pasar demasiado tiempo desde que escribí mi última historia. Me prometo continuamente que voy a volcar aquí todas las emociones que me producen todas aquellas cosas que me llegan al alma. Este año han sido muchas e iré hablando de ellas. Pero, hoy, jueves 25 de septiembre tengo que contaros algo: ayer me reí como hacía mucho que no me reía, formé parte de un juego milagroso del teatro, ese que te implica, que te pilla dentro, que te mete literalmente en escena. 

Se llama "La gente", la firman unos chalados que firman como una firma de moda al uso, Pérez&Disla, y que hacen un tandem glorioso. El uno está presente desde el principio en el juego ( porque es un juego. Lo dicen muy bien británicos y franceses, "play" y "jouer"), lo va manejando como más sutileza de la aparente. El otro parece ocultarse tras esa asamblea entre absurda y vital pero sus gestos forman parte de la trama. ¡Geniales!

Si hay alguien que no haya entendido en algún momento qué es el teatro, que vaya a ver "La gente". Llevo insistiendo desde el principio en el término "juego" porque considero que esa palabra define la propuesta. Uno entra a la Sala Mirador y se encuentra ante un amplio círculo de sillas que ocupan todo el escenario y en el que debe tomar asiento. El juego, sutilmente, ya ha empezado. Y entonces, "el líder" habla. Plantea la situación mientras su "ayudante" hace un repaso de la orden del día. Para partirse. Utiliza un lenguaje artificial que parece encerrar conceptos de alta meta...pero no dice nada. El público hace ya minutos que ha empezado a reírse. Porque "La gente" está pensada para reírse, para mirarse a uno mismo y contemplar el ridículo de situaciones que no nos son ajenas.

"El líder" es un hombre de ideas claras. Tan claras que cree en la votación popular, en la democracia asamblearia...sobre si es a favor de lo que él quiere. "El líder" se ama a sí mismo porque cree manejar a la masa y responde mal si ésta le pone en duda. El conflicto está servido. Porque en esa masa se van levantando manos que tienen algo que decir. Te vas identificando con todos. Todos aportan algo de lucidez y algo de absurdo a la trama. Cada uno con su personalidad: el puñetero, el apasionado, la mujer que busca dar un sentido a su vida...Y van surgiendo las emociones, entre risa y risa. O entre bofetada y bofetada, que una ya no sabe.

¿Lo más genial de todo? Que nunca sabes de qué se está hablando. Todo es conceptual, etéreo, vago, difuso. Nada se concreta. Se discute, y entiendes la disputa, pero nunca ha llegado a haber un tema. Tampoco importa. Lo que vale es cómo se sienten los que participan de esta asamblea y cómo te hacen sentir. Un juego, un juego, ya lo he dicho. Un juego magnífico, cargado de ironía, ingenio, malabarismo teatral, capacidad crítica e impecable factura teatral. Allá el que la deje escapar. Está sólo hasta el domingo en la Sala Mirador.






miércoles, 15 de enero de 2014


"André y Dorine", historia de un amor



Ha empezado 2014. Cargado de fuerza. Yo lo hago empapada de teatro y, de arranque, con ese hermoso montaje que responde al nombre de "André y Dorine". Quizá el título no diga nada. Da lo mismo. El espectáculo es soberbio y está lleno de magia lo mires por dónde lo mires. 

A veces, cuando les escribo a los medios sobre esta obra, me da cierto miedo escribir palabras como "mudo" o "máscaras". Sin embargo, parte de su poesía, de su luz, de su belleza está en ello. Porque eso lo hace tan universal como personal. Curioso como una cara sin aparente gesto puede hablarte y contarte tantas cosas. Eso es arte. Y el resultado de un trabajo de cuerpo que hace de la figura un todo y que le dota de vida propia. En "André y Dorine" no respiras. Ríes, lloras, suspiras, te sorprendes, te conmueves, te arrastras...disfrutas. Vaya que si disfrutas. Le he visto al público dejarse las manos en los aplausos, chillar "bravo" sin cortarse un pelo y, con todo, salir de la sala con la sensación de que no habían dejado claro lo maravilloso que les había parecido el rato que pasaron con esta familia cuyo recorrido no es tan distinto del de tantas del mundo. 






"André y Dorine" debe su título a una historia de amor que saltó a los periódicos en septiembre de 2007. Una historia de amor y muerte. Muchos sostienen que la vida funciona bajo esas dos coordenadas y, desde luego, en esta historia es evidente. Las noticias glosaban la aparición de los cadáveres del filósofo y periodista André Gorz y su mujer Dorine. Por suicidio. Para mí, un fin tan digno como otro cualquiera si tienes claro que al final del túnel que atraviesas no hay luz. André y Dorine se amaban desde el principio de los tiempos y sabían que el camino conjunto pronto llegaría a su fin: ella estaba enferma y condenada. Él, entonces, en un arranque de amor envidiable le escribió un libro un año antes, que recomiendo con fuerza. "Cartas a D. Historia de un amor", publicado en España por Paídos Ibérica. En él, Gorz le dedica frases como esta: 

"Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, sólo pesas cuarenta y cinco kilos, pero sigues siendo bella, elegante y deseable. 

Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te escribo para comprender lo que he vivido, lo que hemos vivido juntos, porque te amo más que nunca". 
¿Qué te parece? ¿No es hermoso?  Y ese amor que el filósofo dibuja con precisión y belleza les hizo terminar juntos el viaje iniciado tantos años atrás.




Aquel fue el inicio para crear este espectáculo de montaje. Pero sólo el inicio. Ellos pensaron en contar una historia de amor en la vejez. Y creando, creando, pariendo este montaje el azar, o la vida, les fue llevando hasta el alzheimer. Esa condena que los tiempos modernos han traído con la expectativa de vida. 

André es un viejo ya refunfuñón que intenta escribir un nuevo libro. Es a lo que se dedica. Su mujer, Dorine, a quien conoció unida a un violonchelo, sigue ahí, instalada en un sofá disfrutando de su música. Ahora se estorban. Los sonidos de la antigua máquina de escribir y del instrumento se cruzan y se molestan. En un tiempo se quisieron, ellos mismos nos lo recuerdan. Pero ahora, la inercia les ha convertido en extraños compañeros de viaje y parece que ya nada queda. No es cierto. Cuando la enfermedad aparece Dorine sucumbe y André prefiere no saber. Pero escapar no es tan fácil. 

Los flashback nos van dando pistas sobre la pareja, nos hacen reír, nos sumergen en su universo. Que vamos comparando con su vida real, la de ahora, la que ha tomado otros derroteros. Y así se pasan 75 minutos de excelencia. Acompañados maravillosamente por la música de Yayo Cáceres, la iluminación de Carlos Samaniego y la dirección de Iñaki Rikarte.

Kulunka Teatro lleva 3 años con este conmovedor montaje girando por el mundo. Garbiñe Insausti y José Dault la crearon con el fin de cumplir sus sueños teatrales. Y ahí está el primero. Una obra de obligada visión en la que ambos actores, acompañados de Edu Cárcamo sacan a escena 14 máscaras maravillosas. 14 caras para repasar una vida cuando una de sus protagonistas ni siquiera recuerda la suya.