Redonda: literatura y magia.
Isla mágica donde las haya,
desconocida para muchos, pura leyenda para otros, Redonda es un pedrusco de
escasa historia y sobrado encanto.
Xavier I es su rey. Un mandatario sin corona a quien todos conocemos como
Javier Marías, escritor de éxito, traducido en más de 34 idiomas y publicado en
45 países. Cuando se cumplen 15 años de reinado, Marías no puede menos que
mirar con ironía este título. Sin embargo, ha sabido alimentar la leyenda de la
isla y convertirla en algo más que un trozo de roca escondida entre Monserrat y
Antigua.
Inhóspita, pequeña y muda. Así
permanece Redonda en medio del Mar Caribe. Apenas 3 km2 de terreno rocoso
gobernados por un hombre culto que no figura en el “ghotta” pero que puede
presumir de corte. Pedro Almodóvar, “Duque de Trémula”; el ya fallecido
Guillermo Cabrera Infante, “Duque de Tres Tristes Tigres”; Frank Ghery, “Duque
de Nervión; Arturo Pérez- Reverte, “Duque de Corso y Real Maestro de Esgrima” o hasta el mismísimo Francis Ford Coppola
como “Duque de Megalópolis” forman parte de su particular aristocracia. Además,
como buen regente y hombre de letras, no dudó en crear, hace algún tiempo, allá
por el 2001, un sello literario propio que incide en la existencia de este
reino. Redonda también tiene bandera, no podía ser menos. Javier Mariscal se
encargó de diseñarla. Y disfruta de lengua oficial, como cualquier país que se
precie. A saber, el inglés – sus primeros monarcas fueron británicos- y el
español , no sólo por ser el idioma de su actual regente si no también en un
claro homenaje a Cristóbal Colón. Él fue su descubridor.
La monarquía de Redonda es tan
fantástica como la imaginación de su rey, Xavier I, quien mira con sarcasmo
todo este cuento en el que se ha visto envuelto. “Es una historia divertida y graciosa, pero no me la puedo tomar en
serio. Para empezar yo soy republicano”. Entonces, ¿cómo pudo llegar el que
sin duda es uno de nuestros mejores escritores vivos a ostentar este título?.
Su curiosidad insatisfecha de literato tiene la culpa. Marías relata algunos
detalles en “Negra espalda del tiempo” mientras, por lo demás, no abusa de su
cargo.
Estamos en1997. Javier Marías ha
recogido en su libro “Todas las almas” la existencia de un poeta inglés llamado
John Gawsworth. En su paso por Oxford ha oido hablar de él y de la hermosa leyenda que lo rodea. “¡La historia era tan bonita. Se enmarcaba
en la línea de las historias de Kipling y de “El Hombre que pudo reinar””
asegura el autor. Así que no pudo menos que investigar sobre el individuo para
averiguar que había ejercido de Juan I de Redonda hasta 1970 y descubrir así su
singular universo. Es entonces cuando el entonces Rey de Redonda, Jon
Wynne-Tyson, harto de litigar por sus auténticos derechos sobre la isla
antillana, se fija en Marías para “cederle los trastos”.
El origen de Redonda como reino nos
traslada hasta 1865, cuando Matthew
Dowdy Shiell, adquiere la isla para regalársela a su hijo. Solicita de la Reina Victoria el título de
reino, que ésta concede con la única condición de que nunca suponga un peligro
para los intereses políticos de los británicos. Vamos, mientras fuera un reino
ficticio. Muchos no incluyen a Dowdy Shiell como monarca de Redonda, pero
ciertos documentos parecen confirmar que utilizó el título de Mateo I. Su
continuador y heredero fue Matthew Philips Shiel, coronado como Felipe I. En
1970 abdicaría en un protegido suyo,
escritor como él, John Gawsworth, Juan I de cara a la historia que nos ocupa. Definido
por quienes le conocieron como “un poeta maldito” era “un escritor prometedor consumido por culpa del alcohol” declama
Javier Marías con cierta tristeza. Murió
a los 58 años como un clochard. Su afición a la bebida y su estado de continua bancarrota han traído
hasta el día de hoy ciertos disgustos al auténtico Rey de Redonda de
nuestros tiempos: vendió por dinero y en sucesivas ocasiones sus teóricos e
inexistentes derechos a todo aquel que lo pudo comprar. “De cara a los impostores, he adoptado la actitud que tendría la Reina de Inglaterra”
manifiesta el escritor madrileño, conocedor de los problemas que los
litigios trajeron a su antecesor. Cabe pensar que Gawsworth no supo estar a la
altura. Porque la transacción no dejaba de ser absolutamente ilegítima en un
mundo en el que la imaginación y la fantasía son sus principales baluartes. “A medida que el tiempo pasa, la ficción
gana terreno a lo real”. Marías lo tiene claro desde que Juan II de
Redonda, o lo que es lo mismo, Jon Wynne-Tyson, editor y escritor le cediera el
“trono” y los derechos literarios de los anteriores regentes a finales del
siglo pasado. Invitación que nuestro escritor más notable de los últimos
tiempos acepto como parte del juego. “Me
parecía apasionante mantener viva la memoria de anteriores reyes y la leyenda
de la isla”.
Esta es su principal obligación
como monarca y legítimo heredero del título que ostenta. Pero, lo cierto, es
que Marías es quien más ha hecho por una herencia que en principio sólo le
permite conceder títulos sin valor nobiliario alguno. Los ha repartido con un
criterio que dota a su reinado de un poder intelectual apasionante entre
aquellas personalidades de las artes que ha considerado interesantes; lo ha
reforzado con la creación de un sello literario que bajo el nombre de “Reino de
Redonda” nos acerca anualmente a los textos de autores que la corte considera
reseñables y que pasan, automáticamente, a formar parte de su aristocracia; Y
sobre, todo, lo hace mirando desde lejos un título que no es capaz de poner
sobre ninguna tarjeta de visita. De hecho, nunca ha pisado su reino “ ni creo que lo haga nunca. Es una
isla que siempre ha estado deshabitada y de difícil acceso en barco”.
El barco es, de hecho, la única
manera factible de acceder al islote. Y debe ponerse empeño. De ahí que durante
los siglos XVII y XVIII supusiera un
refugio privilegiado para piratas y contrabandistas. Su situación geográfica,
por tanto, ha contribuido a reforzar el valor utópico de este reino.
Administrativamente Redonda
pertenece a otra isla, la de Antigua. Imaginativamente, a Javier Marías y a
todo aquel que sepa entrar en su propuesta. Junto a la bandera y la lengua
oficial, el reino posee moneda propia. Otra invitación al juego: dos piezas
redondas que se ajustan como las de un puzzle, una dentro de otra. El italiano
Alessandro Mendini, diseñador de Swatch, es su creador. Y Massino Vignelli ha
dado forma a un pasaporte internacional – carente de validez pero lleno de
romanticismo- que le acredita como integrante de su reino.
También el arquitecto Frank Gehry
ha aportado su granito de arena a este universo de sueños: ha dado forma irreal
a un palacio onírico que nunca será levantado, al menos sobre el insigne Reino
de Redonda. El propio autor lo ha definido como “un edificio para todo el mundo”. Sobre el papel, podría pasar por
un dibujo infantil repleto de colores tan fantasioso como la gastronomía del
lugar, que, por no decir inexistente, definen quienes forman parte de este
paraíso lúdico, como “espirituales”. Ahí no termina todo. La corona de Redonda
también tiene forma teórica, según las líneas de Helena Rohner o un trono que
debe sus formas a los lápices y la imaginación de Ron Arada. El himno, ha sido
un trabajo de recuperación, que ha permitido dar sentido a una composición del
año 1949 de Leigh Henry Y en el colmo de la ilusión, un transporte propio que
no es sino una bicicleta diseñada para el lugar.
El escritor madrileño sonríe
cuando recuerda la cantidad de personas que han solicitado un título nobiliario
de Redonda. Muchos porque los habían perdido en su país de origen y se negaban
a renunciar a él. Otros, por puro “snobismo”. Diana Dors, fue una de ellas. Incluso
hay quien cree que podrían sacarle partido a esta roca antillana como paraíso
fiscal. Casi todos, confundidos con la idea original del reino, convencidos de
poder poseer un cargo nobiliario real y firme. Aún no saben que Redonda es el
país de nunca jamás.