El arte puede ser un regalo o una pesadilla. Oscila entre lo sublime o lo absolutamente imperfecto y, quizá en este caso, deja de ser arte para ser un vano intento del todo que se queda en la nada. Pero cuando alcanza la perfección te facilita un viaje a la gloria verdaderamente impagable. Vengo de subir a lo más alto, de emocionarme. Acaban de seducirme 10 actores de talento en un texto importante: "Nuestra clase".
Debería ser delito no asomarse a ciertas ofertas teatrales. Por ejemplo, este montaje que dirige con mano artesana la mejor Carme Portaceli que he visto nunca. "Nuestra clase" es un mazazo en la conciencia, un espejo de la historia. Aunque nos joda. Y no hay que ir lejos. La acción transcurre en Polonia pero suena cercana porque cercano es el odio fraternal impuesto, la línea emocional que te enfrenta a un hermano o a un amigo porque alguien que manda más que tú ha decidido colocarte en un bando y enviarte a una guerra que no va contigo. Los actores de este montaje, soberbios todos y cada uno, caminando en equipo hacia el mismo sitio, hacen, junto al espectador, un trayecto vital que incomoda en tanto en cuanto hurga en heridas que intentamos tapar con la amnesia del desprecio.
Cuando niños, han compartido infancia, sueños, juegos y distancias. Básicamente, dos: la distancia del amigo que se aleja con la suerte que eso comportará en su futuro, y la distancia que marca vivir sumido en un concepto religioso que viene de fábrica. Los unos, judíos; los otros, católicos. Pero todos compañeros de inocencia. Lo que hace más dura cada una de las decisiones que irán tomando en el proceso del montaje.
Planteado como un poema asonante, como una danza, "Nuestra clase" combina el lenguaje directo e indirecto para servirnos en bandeja los testimonios de todos y cada uno de los integrantes de esta cuadrilla que, sencillamente y en otro momento histórico, quizá hubieran optado por vidas distantes. Pero las circunstancias les llevan a amarse o a odiarse, incluso a las dos cosa casi a la vez. Víctimas de su propio destino, no hay ganadores en este relato de Tadeusz Slobodzianek aunque casi todos jueguen a intentarlo.
La orquesta de tartamudos emocionales, de cojos de los dos pies, de almas desnudas a la deriva tiene en la Portaceli una directora de peso, que ha entendido el hermoso de texto de Slobodzianek desde dentro para sacarlo todo fuera, ahí donde estamos los espectadores deseosos de que nos lleguen al alma. Y nos llegan. nos envuelven, nos arrastran durante 3 horas que se hacen cortas porque el arte, sublime, no entiende de tiempos ni de prisas.
Lo dicho, quedan 4 días para sentarse a disfrutar de esta propuesta. Si alguna vez han pensado que el teatro vale la pena, vayan hasta el Fernán Gómez y refrenden su postura. Se irán a casa cargados de razones.
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