Paco y el Tataguyo
Lo primero es lo primero: si no conocéis Avilés, ya estáis tardando.
Con un proceso evolutivo similar al bilbaíno, esta ciudad asturiana es una delicia. Pasados los tiempos de la reconversión industrial, Avilés, su alcaldesa y sus habitantes han sabido mirar hacia otros caminos para subsistir en el mundo moderno. Limpiaron sus calles y se encontraron con que tenían una villa preciosa, llena de luz, de vida.
Además, el avilesino es cálido, entregado. Ahora se ha volcado en la cultura y en el turismo. No en vano el Palacio Valdés, en estos momentos en restauración, y Antonio Ripoll su "alma mater", la han convertido en un destino obligado para cualquier producción teatral que se precie. Los estrenos absolutos son habituales y servidora ha tenido el gustazo de contemplar allí la maestría de Kevin Spacey metido en un Ricardo III sublime.
Pasear Avilés es obligado. Y tratar con sus paisanos. Y, desde luego, recuperar fuerzas en el Tataguyo.
¡Wow!. Si el restaurante es recomendable, su chigre lo es más aún. No conozco al propietario, pero aquí el que manda, el que torea, el que te seduce es Paco. Hombre menudo siempre tiene una sonrisa para todos y parece que te lee la mente. Un artista en esto de llevar una sala.
Visitad este sitio, saludad a Paco de mi parte y escuchadle. Cualquiera que se precie y pase por Avilés tiene aquí un lugar para disfrutar.
Del arte de Yolanda, la mujer de Paco, que hace una bisutería original y maravillosa, hablaré pronto.
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